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Los niños del mar

De la libreta de un viajero:

Fue un atardecer de ensueño, seguramente el más bello que he visto en mis viajes por el mundo.

La isla de Bali en Indonesia es mundialmente famosa por sus playas, sus templos y la espiritualidad de su gente, entre otras cosas, pero yo la recordaré por sus atardeceres. Por esas espectaculares puestas de sol que me robaron el alma. Y de manera muy especial, por "los niños del mar" que conocí en la playa de Lovina al norte de Bali durante uno de estos espectaculares atardeceres.

Era el ocaso de un día miércoles de cielos semi desnudos y marea baja.

Todo era perfecto en ese atardecer. La enorme bola de fuego que poco a poco iba bajando me pareció más grande que de costumbre. Sus colores mezclados entre rojizo, naranja y un leve rosado que se asomaba entre los dos primeros, parecían hacer una fiesta de colores en en cielo.

La marea había empezado a bajar un par de horas antes de que cayera el sol. Turistas y locales llegaban a la playa a disfrutar del espectáculo que el día nos regalaba antes de que llegará la noche.

Muchos caminaban por la arena acariciando el agua salada con sus pies descalzos, otros como yo aprovechábamos el bajo nivel de la marea para penetrar caminando al mar. Y es que la marea había bajando tanto que bien se podía caminar unos 50 metros o un poco más mar adentro sin que el agua llegará más arriba de las rodillas.

Me tocó ver un grupo de niños y niñas entre 2 y 10 años aproximadamente que jugaban en el agua a unos 20 metros de la orilla, desde donde sus padres los observaban mientras disfrutaban la tarde.

En algunas áreas de la playa se abrían pequeños lunares de arena hasta donde llegaban algunas personas caminando, como un joven padre y sus dos hijas, una bebe de brazos y la otra no parecía rebasar los 6 años de edad.

Me arrimé a ellos para fotografiarlos en silueta teniendo el impotente sol de fondo que ya se empezaba a perder en la lejanía del mar.

Pero lo que más me impresionó esa tarde fueron "los niños del mar", así me parecieron a la distancia, como si hubieran surgido del agua al bajar la marea.

A la distancia pude apreciar a 8 niños balineses jugando futbol en una pequeña islita de arena que se formó cuando bajó la marea.

Era una pequeña cancha de futbol temporal de unos 30 metros de largo por unos 4 de ancho. Jugaban cuatro contra cuatro, todos vestían shorts o pantaloncillos cortos y no tenían zapatos ni playeras.

Las porterías no parecían rebasar los dos metros y las habían hecho con las playeras que se quitaron para jugar. Corrían de un lado a otro disputando el balón como se si tratará de una final de copa del mundo.

Rodaban entre la área peleando el esférico o se lanzaban al aire con certeros cabezazos, con frecuencia se salían de su cancha de arena y terminaban sumergidos en el agua.

Jugaban con una alegría contagiante y desmedida. El partido solo se detenía cuando el balón terminaba flotando en el agua, o sea, se había salido de la cancha, y para retomarlos había que hacer saque de banda desde el agua.

Yo solo veía las siluetas que se desplazaban persiguiendo el balón de un lado a otro de la pequeña islita de arena. Los fotografíe no se cuantas veces desde afuera de la cancha donde yo me encontraba o sea desde el agua. Un par de veces el balón pasó cerca de mi salpicándome de agua al hacer contacto con el mar.

Solo me tocó ver que anotaran un gol en por lo menos 20 minutos que estuve disfrutando el espectáculo. El que lo anotó lo celebró como Cristiano Ronaldo, pegó un brinco en el aire y giró en una media vuelta antes de que sus pies descalzos tocaran de nuevo la área. El resto de sus compañeros corrieron a felicitarlo y pronto terminaron rodando de alegría hasta el agua.

Para entonces ya el sol tenía buen rato que se había perdido en el mar y la oscuridad empezaba a sofocar la poca luz que quedaba del día. Las siluetas de los niños del mar cada vez eran menos visibles.

Apagué mi cámara y me fui, estaba a unos 20 metros de la playa. Para cuando pisé la arena los vi que también abandonaban su cancha temporal.

Nunca supe quien ganó ni cuántos goles metieron porque no entendía su idioma. La alegría no tiene lengua y esa era palpable en todo. Se divirtieron con la inocencia de su edad y la pasión que desborda el futbol.

Para mí fue uno de los mejores espectáculos de este maravilloso deporte que jamás haya podido ver, ni en los mejores estadios.

Siempre he creído que la vida está hecha de pequeños momentos y de cosas simples y para disfrutarla a lo máximo se puede hacer hasta en un lugar tan sencillo como esa pequeña islita de arena.

De las cosas que más disfruto a en mis viajes por el mundo, no son los lugares mundialmente turísticos ni los monumentos, ni las ciudades modernas o templos milenario, son pequeños detalles como estos que hacen gente común y corriente que se cruzan en nuestro camino cuando nos atrevemos a explorar el mundo.

A la mañana siguiente que pasé de nuevo por la playa, la cancha de futbol de los niños del mar había desaparecido. El mar había retomado su nivel y la islita de arena de los niños de Bali había quedado sumergida de nuevo en el agua.


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